Aniversario Necio

miércoles, 3 de septiembre de 2008

La música



La música

La música. Sólo teníamos eso en común. También la querencia inaudita a fingir nuestra felicidad. A ser personas extrovertidas en nuestra timidez. Riendo. Siempre riendo para los demás.

No congeniábamos. Tampoco queríamos. Ella era una niña madura con una personalidad arrolladora. Con unos ojos negros que podían llenar corazones solitarios durante toda la eternidad. Yo, en cambio, era un viejo adolescente con miedo a crecer. Con miedo a relacionarme. Con miedo a amar. Con miedo a todo tipo de socialización que tuviera lugar lejos de mi escritorio o de mi cama.

Pero estaba la música. Aquel rito ancestral que cambió nuestras vidas. Tampoco coincidíamos en nuestros gustos musicales. Ella, pizpireta como deberían ser los ángeles en mis sueños, se emocionaba con música ligera y grupos estadounidenses de sonidos ‘garage’ y miradas melancólicas. Yo, muerto viviente en el anonimato, me colocaba con ritmos jamaicanos y repetitivos beats de éxitos pop.

Ni siquiera nos conocimos en persona. Quizá porque ella amaba tanto el mar como yo anhelaba escribir textos apilados en cuadernos amarillos en una arena mojada por las olas del olvido y la brisa de la noche. Brisa marítima y salada que soñaba a más de quinientos kilómetros de distancia. En el mismo lugar que le escribía canciones con melodías que sólo sonaban en estéreo en mi pensamiento. Canciones que apenas decían nada. Pero que lo decían todo. Sin que ella lo supiera. O, tal vez, sí.

No me preocupaba. Yo era feliz con su felicidad. Conociendo su personalidad arrolladora. Imaginándola fingiendo que era feliz.

Kip.

PD: Del texto de Kip: "Canciones que apenas decían nada".

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