Aniversario Necio

jueves, 4 de septiembre de 2008

Ellos fueron mi década de los ochenta


En alguna que otra ocasión, alguno de los habituales del blog me ha pedido que hiciera un panegírico en el que defendiera mi pasión por la década de los años 80. Sinceramente, no tengo pensado hacerlo, porque no creo que haya nada más inútil que defender unos años que forman parte de un recuerdo generacional, que forman parte de mi recuerdo. De mi pasado. De mi historia. Alegre, por cierto. Happysta, diría ahora.

Nací en los ochenta, el mismo año que España fracasó en su Mundial del Naranjito. Y no quiero hablarles de todo lo que pasó en esa década. Ni de la OTAN (por suerte, no lo recuerdo), ni de las elecciones ganadas por el PSOE (por suerte, tampoco lo recuerdo). Ni del cine hollywoodiense que se generó en los setenta y que en los ochenta se convirtió en el mayor espectáculo de masas del mundo gracias a sus películas palomiteras. Ni del pop con bases de teclado, las hombreras en los vestidos, los cortes de pelo asimétricos, la Movida y la música que cambió la historia de España. No quiero hablar de Michael Jackson, ni de Madonna, ni de una joven Kylie Minogue que todavía no era un sex symbol cuarentona. No quiero hablar del regate de Butragueño en Cádiz, ni de Maradona asesinando ingleses con la cintura, ni de Mágico González. Ni tampoco de aquella Nochevieja del año 88 cuando Sabrina enseñó las tetas a todos los espectadores mientras yo me comía las uvas en casa de mis abuelos. No quiero hablar de ello. Sólo quiero hablar de mí.

Quiero hablar de aquel chico que llegaba a la guardería vestido del Real Madrid y al que las monjas le ponían vídeos en blanco y negro de Di Stéfano. Él mismo que tenía un póster del ABC en su habitación con el equipo que consiguió la sexta Copa de Europa. Del que se escondía en la siesta de aquella guardería para compartir colchoneta con alguna chica. Inocentemente. Puro. Con tantas heridas en las rodillas, como legañas en los ojos. Hablo de aquella brecha en la cabeza tras rematar al radiador aquel gol de Butragueño en Zaragoza que valió media liga. El que entró por primera vez al Santiago Bernabéu con apenas dos años y medio. De blanco inmaculado, con el siete a la espalda, bufanda y banderola. Él mismo que lloró cuando el portero le dijo que era del Barça. No, no lo era.

Quiero hablar de Senna, de sus pósters y sus recortes. De cómo me enteré de su muerte, ya en la década de los noventa, mientras celebraba mi duodécimo cumpleaños. Quiero hablar de Perico, de su mítico póster con el PDM. De cómo ya en el año 2000, con dieciocho años, le pedí que me firmara su libro.

Quiero hablar de la peonza, de las chapas, de las canicas. De aquellos campeonatos ligueros interminables, de aquel Tour virtual en el salón de mi casa que ganó Perico por sólo doce segundos. Perico, siempre Perico. También quiero hablar de la casa de mi pueblo con la vieja Nacional en medio. De esa canasta con tablero de madera, donde jugaba partidos al mejor de 500 puntos y machacaba el aro hasta que se rompió. De paseos en bici hasta el cementerio, de veladas nocturnas en la piscina, de veranos continuos, de bocadillos de salchichas, de partidas ininterrumpidas de ping-pong. Quiero hablar de mis primos, de mi acento catalán, de peñas secretas en habitaciones de patio. De motociclismo, de Kevin Schwantz, de partidos de fútbol en el Pradillo y melones frescos en la sobremesa del domingo. De mi tía Victoria, de desayunos impagables, briscas nocturnas y habitaciones compartidas.

Quiero hablar de veranos en Alicante, Oliva y Almuñécar. De La Alhambra, de las palomas y de las sevillanas bailadas con sábanas. De aquellos amigos de Barna que me cortaron el pelo y que tenían una ouija. De cogidos nocturnos cuando en la calle no había coches ni ladrones. De saltos de cabeza con flotador a la piscina. De las banderillas compradas detrás de la catedral de Granada. De corridas de toros en una carnicería. De cintas con canciones italianas. De la ‘Maldita Primavera’ de Yuri. De mi hermana, Mario, Miriam y Elena. Del SEAT Supermirafiori azul de mi padre. Del mono de Benidorm. Del bolso robado, también en Benidorm. Del Peñón de Ifachs y una fanta de ‘taronja’ en un bar lleno de gatos. Quiero hablar de medusas, de castillos de arena, de mi tío Jorge comiendo ciruelas, de anginas mal curadas.

Quiero hablar de las excursiones de los cuatro a Madrid. De mi padre, mi madre y, de nuevo, de mi hermana Laura. De aquel cassette de Radio Futura y el disco de Rick Ashley. De La Corte del Faraón y su “ahí va, ahí va, ahí Babilonio que mareo". Del olor del mar en la Comunidad Valenciana. Quiero hablar de Cortilandia. De Nochebuenas en casa de mis abuelos Primi y Sebas. De Nocheviejas en Valdenoches al calor de la chimenea y el sonido de la rondalla. De partidas con la Game Gear debajo de las sábanas. De verbenas en naves. Quiero hablar de la granja de mi padre. De historias inventadas mientras limpiábamos la caseta de los perros. De una piscina con ratas. De una casa de campo. Vieja, mugrienta. De partidas de cartas a la brisa del anochecer. De partidos de bádminton. De sábados con el Carrusel bajo el humo del puro de mi papá. De Yebes, de Ciruelas, de veladas en el Sotillo.

Quiero hablar de comidas de Reyes en casa de mis abuelos Antonia y Eugenio. En La Gabina, donde no cabíamos casi, pero donde los cinco primos veíamos Los Goonies como si fuera la primera vez. Donde encontré aquella caña de pescar de papá. Donde encontré aquel álbum de piratas de papá. Quiero hablar de mi tío Juan, de mi tío Resti, de mi tía Felisa. De Coca-Colas congeladas en el bar del pueblo y misas con la ropa de los domingos.

Quiero hablar de Salesianos. De chucherías en El Goloso. De quedadas en Prenatal. Quiero hablar de tantas cosas, que no tendría espacio en el mundo para escribirlas. Pero, aun así, quiero hablar de una cosa más: de mi padre, de mi madre y de mi hermana. Ellos fueron mis ochenta, ellos fueron mis noventa y ellos son mis 2000. Ellos fueron mis ochenta. El bigote de mi padre, los bañadores de mi madre, las gafas de mi hermana viendo películas de miedo con sus amigas.

Y, sobre todo, quiero hablar de mi abuelo Sebas. Él lo fue todo. Mi guía, mi espejo, mi amigo. Mi consejero, mi sabio, mi absolutamente todo. Quiero hablar de sus entrantes especiales, de sus helados veraniegos, de sus tomates en la sopa. Quiero hablar de su olor. De su experiencia. De sus libros sobre los tanques de la Segunda Guerra Mundial. De sus libros en general. De Poe, de Quevedo, de Baudelaire. Quiero hablar de sus canarios y de sus plantas. Y de sus camisas. Y de su voz. Y de su mirada. Y de sus chistes. Y de sus anécdotas. Quiero hablar de lo que le extraño. Quiero hablar de lo que le admiro. Quiero hablar de su recuerdo. Él fue mis ochenta. Te quiero. Te echo de menos.

PD: Del texto: "El bigote de mi padre, los bañadores de mi madre, las gafas de mi hermana viendo películas de miedo con sus amigas".

6 comentarios:

  1. Sin duda, el texto que más me ha gustado de los que has publicado en este blog.

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  2. Y el que más me ha costado publicar... Gracias, Ana...

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  3. Supongo, porque es uno de los más personales, al menos en los que todo el mundo puede verte reconocido. Y siempre es bonito recordar, auqnue algunas veces cuesta y duele un poquito.

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  4. Me cuesta más subirlo y que todo el mundo lo lea que recordarlo yo mismo... Pero, te puedo asegurar, que ha merecido la pena... Porque lo ha leído la gente que yo quería que lo leyera...

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  5. Espectacular, Sergio. Me ha gustado de veras. Me identifico en muchas cosas, aunque con once años más. Gracias, campeón.

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