Aniversario Necio

martes, 13 de mayo de 2008

Vivan los 70

Para mí es un verdadero honor poder introducir el primer artículo del coronel Kilgore al que, además de un excelente amigo, le consideró -aunque él no lo quiera ser- mi gurú y mi guía espiritual. Espero, sinceramente, que -como me prometió- ésta sea la primera de una larga colaboración con el blog. Yo cada día aprendo de él, espero que vosotros también lo hagáis.

VIVAN LOS 70



El autor de este blog me pide que escriba de los 80 pero los que surfeamos en tiempos de guerra nunca obedecemos a la autoridad. Los 70 sí que fueron una década para no olvidar. Los coches tenían paragolpes cromados, las carreteras estaban llenas de olmos, los domingos era obligatorio ir a misa y los suburbios estaban llenos de yonquis con camisetas de ACDC, el único grupo de rock que ha habido y habrá en la historia. Los 70 fueron sucios, macarras, de pelos largos, patillas hirsutas, gafas ray ban triangulares y pantalones de campana marcando paquete. La Bultaco y la Ossa eran las motos oficiales en las calles, con sus tubarros y ese chicharreo infernal y bronco, los chicos jugábamos sin que nuestros padres nos vigilaran, hacíamos cabañas, nos metíamos en las obras cuando se despistaban el guarda y su perro lobo (lo del pastor alemán vino después) y guardábamos recortes de tías en bolas. Fumábamos a escondidas y nos subíamos a los árboles. Incluso nos caíamos de ellos y nos volvíamos a levantar. Nuestras madres nos ponían rodilleras cuando rompíamos los vaqueros, no como ahora, que salen ya rotos de la tienda.
Los 70 eran aventureros, eran guarros. Se follaba a pelo y abundaban los casorios de penalti. Nadie se depilaba ni llevaba zapatillas de marca. Era una época de reciclaje espontáneo y obligatorio, una década de mercadillo. Sólo los burgueses tenían teléfono y sólo los ricos calefacción. El aire acondicionado era cosa de hoteles de lujo y sólo algún privilegiado había volado en avión. La tele en color se veía en el escaparate de Taberné, donde se juntaba la chavalería y los viejos a comprobar que el césped del Bernabeu era, efectivamente, verde.
Mi amigo Roberto se quejaba en los 80 de que a los coches ya no se los conocía por el ruido, como en los 70. Nuestro preferido era el 124, perfectamente capaz de despertarte de la siesta. Algún caso hubo de levantar a un muerto de su tumba. Luego, los coches se uniformaron, dejó de haber macarras con el “Ducados” o el “Sombra” en el hombro de la camiseta, desaparecieron los perros de la bandeja de atrás y las palancas de cambio con el escudo del Atleti o una estrella de mar. Ya nadie presumía de hacer la mili en la legión, llegaron los mods y los nuevos románticos con sus pelitos limpios y sus gabardinas planchadas. Los yonquis se murieron y vino la cocaína, las “Nike” y los “Levi’s”. La España del desarrollismo moría mediados los 80, los barrios periféricos se asfaltaron y se dejó de jugar al marro y a policías y chandarmes. España empezó a ser delicada y aseada, aséptica y acomodada. Los videojuegos llenaron el “JuJú” y el cine “La Prensa” acabó chapando para desgracia de pajotilleros y flipaos de Bruce Lee, que salían de allí agitando los brazos y poniendo cara de mala uva.
En los 70 todos teníamos un primo que se había matado en la carretera porque se iba sin cinturón, no había controles de alcoholemia y los volantes se te hundían en el pecho con su plástico duro asesino, los niños llevaban las rodillas llenas de costras con mercromina pero ahora llevan un hematoma y ya están encima los Servicios Sociales, el Alamín era peligroso y los Manantiales más, había pandas de mocosos por la calle robando en las tiendas, apedreando perros y metiéndose con la Justel o el Mangurrino. Cachito recorría La Concordia buscando monedas al acabar las ferias, se fumaba en las habitaciones de la residencia vieja y por menos de nada te daban una mano de hostias a la puerta del colegio. Sin grabarlo. Era la ley de la calle, no una perversión de marcianos sociópatas que se creen que viven dentro de un juego de la Play Station.
Los 70 fabricaron gente dura y sociable. Gracias a “Raíces” odiábamos a los que odiaban a los negros. Gracias a Starski y Hutch, Los hombres de Harrelson, Vacaciones en el mar, Los Ángeles de Charlie, Poldark, Heidi o Marco y a que sólo había dos canales (la primera y la UHF –ahora denominada La2-), podíamos hablar exactamente de las mismas cosas en el recreo. Había temporadas de juegos callejeros según la época del año que te obligaban a competir, relacionarte y protegerte como buenamente pudieras de una bestia parda que te quería romper la púa de la peonza o birlarte la bolsa de canicas, la Vuelta Ciclista a España se corría en abril y no había escándalos porque no había controles antidoping, los pilotos de motos se mataban contra las balas de paja y los muros, la gente se hacinaba de pié en los estadios de fútbol y se curraba mutuamente al final sin que multasen a ningún equipo; otro crío que te sacaba un palmo te robaba la bici, una BH, a la que habías quitado los guardabarros, los faros y la dinamo para no parecer una nena y para subir más rápido las cuestas e impresionar a las chicas. España no fue eliminada en octavos del mundial de Alemania porque ni siquiera se clasificó. Los adolescentes no tenían “Vespino” como en los 80 porque en su casa cosían todavía los calcetines rotos con un huevo de madera y heredaban la ropa de sus primos mayores.
Era la época de las “TAO” y “Las tórtola”, deportivas insignes a las que sustituyeron las “Yumas”, con sus tiras fosforescentes a ambos lados de las costuras del talón. Todas se fabricaban en España y te tenían que durar una temporada, porque el padre hacía horas extra para pagar las letras de los electrodomésticos, que ahora valen cuatro duros pero entonces se compraban a riñón, y la madre no trabajaba, se pasaba el día limpiando, lavando a mano y regateando a los tenderos para que no le dieran una pera pocha. Un radiocassette costaba entre 10.000 y 20.000 pelas. Por eso te lo traía de Canarias un conocido. O de Andorra. Ahora la gente va a Andorra a esquiar con el forfait incluido (¿?) y a Canarias a que le dé el sol en las tetas y el rabo. Antes, el personal de Iberia compraba allí calculadoras y relojes “Casio” y se sacaba un sobresueldo. Ahora te dan un reloj promocional en la Expo y se lo das al crío, que a su vez se lo pone a un muñeco. Entonces, pedías a tus padres un reloj digital y te cruzaban la cara por salvaje.
Los 70 fueron grandes en su miseria, callejeros y drogatas, violentos y duros, de tierra, remiendos y amapolas. Las cosas se valoraban y enseguida se revolucionaba el país por una bobada: Uri Geller doblando una cuchara con la mente, la aparición del cubo de Rubik o la nueva hornada de azafatas del “Un, Dos, Tres”, extraordinario material para el onanismo incipiente con sus gafas falsas de pasta y sus trajes blancos tan menguados.
La gente bajaba al Henares a darse un chapuzón los domingos. Y casi nadie sabía nadar. Aprendías porque se te pinchaba el flotador y no te enterabas. De repente te dabas cuenta de que no te hundías. Era que ya sabías nadar, sin cursillos y sin distinción de estilos. Mi tío Eloy tiró a sus cinco hijos al lugar donde cubría cuando cumplieron los 6 años. Fue en el pueblo. Salieron todos y gozan de excelente salud. Si lo haces hoy pierdes la custodia de los cinco.
La vida saludable era otro concepto ignoto en aquellos tiempos. Antes cenábamos fritanga todas las noches: croquetas, pimientos fritos, huevos fritos, patatas… Y nos zampábamos los bollos como tiburones para luego gastar la grasa corriendo, mientras te atacaban unos de Defensores. Ahora los niños son gordos aunque los padres se lean el envoltorio de la merienda para comprobar las calorías. En los 70, los bollos no llevaban envoltorio. Se los comían las moscas en la bandeja de la panadería antes de que te los comieses tú. “Lo que no mata, engorda”, que decía mi primo Manolo.
En resumen, que con todas sus penalidades, que vivan los 70 porque no hay mejor época que aquella en la que uno vive de joven o de niño, sobre todo si es tan auténtica como esa década en la que, además, tuvimos la potra de ver caer una dictadura. Pero esa es otra historia.

Coronel Kilgore: "¿Hueles el napalm, hijo? Esa colina huele a… Victoria"

15 comentarios:

  1. Me uno a las últimas palabras que deejay gilí ha escrito más abajo en otro comentario... Déjate caer más por el foro, coronel. Para que nuestra juventud, esa que vamos perdiendo inexorablemente, se mezcle con la sabiduría de la madurez. Y podamos oler la victoria juntos, o el fracaso, qué más da.

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  2. Sinceramente, edu, conociendote a ti, conociendome a mí, y conociendo todas las enseñanzas que el coronel nos ha inculcado en los últimos tres-cuatro años largos...oleremos el fracaso. Pero nos da igual: nuestra revolución la conseguimos cada día en el café.

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  3. Queridos soldados:
    Para el coronel no hay mayor fracaso que el de no saber surfear con las olas que vengan. Vosotros ya habéis triunfado en la vida porque sois buena gente. He librado multitud de batallas en esta perra vida y cada nueva cana que peino (¡!¡!¡!) me enseña lo mismo que la anterior: la victoria es un estado mental.
    Coronel Kilgore
    Diosssss, esta colina apesta a victoria

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  4. Entonces, coronel, habrá que surfear con las olas, aunque yo sí que realmente peino canas y no usted, mi señor. La victoria es un estado mental, pero también lo es el fracaso y quizá esta colina huela desagradablemente a fracaso. Espero que no. A sus órdenes, coronel.

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  5. Mi coronel, y si en el intento de surfear con éxito las olas perdemos el olfato, entonces qué nos queda?

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  6. Soldados, ya que estamos de maniobras conceptuales os voy a interrogar con un breve ejemplo sobre la relatividad del éxito o fracaso para comprobar que, efectivamente, estáis preparados para comprender la sutil diferencia entre una cosa y otra. Un pelotón acaba unas maniobras y se dirige a las duchas. A un novato se le cae el jabón. Se agacha a cogerlo y un veterano trepana su orificio anal. ¿Podríamos entenderlo como una victoria o como una derrota?

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  7. Mi coronel, me prometió que nunca lo iba a contar...

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  8. Depende de quien conteste. Habrá alguno que te diga que éxito para el veterano y fracaso para el novato. Yo, como no hice la mili en Melilla, nunca lo sabré.

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  9. No se desvíen de la parábola, soldados. Estamos intentando delimitar la delgada línea roja que separa el éxito y el fracaso ¿Y si el novato es un príncipe?

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  10. Si el novato es un príncipe, entonces tiene el éxito asegurado, se mire por donde se mire. La delgada línea roja, buena película, por cietto; entre el éxito y el fracaso a veces no es tan delgada, sino que más bien parece una valla alambrada y electrificada. O no es así, mi coronel.

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  11. Coronel, imagino que el veterano sería un perdedor congénito por ese acto tan pueril... y el novato, pues gustos sexuales aparte, podría interpretarlo como una victoria por saberse el 'elegido' del veterano. Ilústrenos con otra parábola...

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  12. Creo que ya tenemos al soldado aventajado: excelente contestación, edu.
    PD: Yo me quedo, adorando -como siempre- a Kubrick, con el de Recluta Patoso. Siempre me ha pegado pues la mitad del día me la paso en el suelo y la otra mitad diciendo burradas por la boca.

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  13. Veo buenos razonamientos que acercan el éxito al fracaso, dos caras de la misma moneda al fin y al cabo. Pero apretemos la tuerca: ¿Y si el novato, que es un príncipe, es el príncipe Alberto de Mónaco?

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  14. Si es Alberto de Mónaco, mi coronel, el éxito lo tendría la República. La III, quizá.

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