Aniversario Necio

lunes, 12 de mayo de 2008

El paquete de Chester

Sólo había un paquete chester encima de la mesa. Un cenicero, tres colillas, algún que otro lamento. La brisa del mar, las luces de aquel edificio que en su día fue un orfanato. Y Edith Piaf sintiendo Le Foule en la minicadena Aiwa.
Quizá sonó algo. Un pinchazo de una rueda, el último grito del camarero pidiendo la cuenta, algún adolescente entonando una canción de Tupac. Pero, probablemente, fue su respiración, tan fuerte, como intermitente. Tan tímida, como sincera. Tan lejana como el tiempo.
Sacó su enésimo cigarrillo, lo encendió y abrió sus pulmones. Escupió una vez. Otra. Otra de nuevo. Y se dispuso a escribir con la sensación de ineptitud que siempre sobrevolaba su cabeza. Sin ideas, sin experiencias que contar. Sin capacidad para inventar los sucesos que le obligaban a irse. Escupió por cuarta vez.
Jezabel en la brillante voz de Piaf. Tan sobrenatural aludiendo a los suburbios, a los callejones, a los prostíbulos de un París en una época mejor. Tan real como la vida. Tan efímera como la gloria. Pensó en ello. En la obviedad de sus conceptos, intercalados en pensamientos vanidosos, que iban y venían al tiempo que esa chica esperaba en la calle a su novio. Fumando compulsivamente, mordiendo la boquilla con unos labios pinturrajeados de rojo.
Pensó en ello. En verbenas inacabadas, en ferias olvidadas por falta de decisiones. O de valentía. Pero, no había duda, fue esa noche, ese sillón abandonado, ese olor a humedad. Esa novela sin terminar. Eso fue.

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