El Coronel Kilgore me entrega su segundo artículo para el blog sobre el devenir de la saga de James Bond. Un devenir que camina hacia el fracaso porque el coronel Kilgore, como yo, odia las cosas que renuncian a su esencia. A sus órdenes, coronel.
James Bond, licencias para morir
Pereza me dio ir al cine a ver el último engendro de la saga inventada por Ian Fleming partiendo de la base, seguramente equivocada, de que James Bond no puede ser de ninguna manera pelirrojo. No se me entienda mal, creo que los pelirrojos quedan muy bien como talonadores de Escocia en el Seis Naciones de rugby pero nunca enfundados en un smoking al servicio de su majestad.
La muerte de James Bond es anterior a Daniel Craig en cualquier caso. Craig se ha limitado a embalsamar el cadáver para transportarlo al mortuorio. Fue Pierce Brosnan el autor de la más cruel matanza a la que ha asistido el cine.
Antes de explicarme, una cuestión de orden. No deseo ni remotamente que las mujeres que lean este artículo me tachen de machista. Lo soy de chanza pero jamás ejerzo como tal cuando las cosas se ponen serias. Quiero aclarar este espinoso asunto antes de continuar y advertir a las damas sensibles que no sigan leyendo. Porque la muerte de James Bond (Jimmy, como le llamábamos los de la panda en nuestras maratonianas sesiones de video en VHS) obedece a un mal entendido matriarcado por parte de unos productores que tuvieron la ocasión de aniquilar a un personaje a todas luces anacrónico en los tiempos actuales y, en cambio, prefirieron seguir engordando sus sebosas cajas de caudales a base de adulterar a un mito que no es ni mucho menos indestructible, al que le ha hecho más daño el marketing que los villanos a los que se ha enfrentado, con sus refinados, lentos y mal concebidos sistemas para darle muerte.
Sí, amigos. Jimmy ha muerto. El efecto mariposa quiso que desde que la actriz Judy Dench interpretase al jefe directo del espía, “M”, en “Goldeneye” (Martin Campbell 1995), la saga se viniese abajo como un castillo de naipes hasta el punto de que, 13 años después, el personaje de Jason Bourne resulta el candidato más firme para sustituir a 007 como prototipo de agente secreto sincronizado a los tiempos.
Bond nunca hubiese muerto si existiese inteligencia en el planeta tierra. Los Broccoli (qué se puede esperar de una familia con nombre de verdura) se tomaron una licencia intolerable en el mapa genético del personaje: dulcificarlo hasta el punto de hacerlo irreconocible. Recuerdo que mi amigo Rafa y yo llevábamos mentalmente dos cuentas al ver una de 007: a cuántos había matado y a cuántas se había follado. Porque Bond mata y seduce y, si deja de hacer alguna de las dos cosas, sencillamente no es Bond. Será otra cosa: la hermana Teresa de Calcuta, un opositor a notarías o un cooperante de “Médicos sin fronteras”, loables empleos que… No salvan el mundo de amenazas tan serias como el Doctor No, Francisco Scaramanga o Kamal Khan.
La aparición de un “M” femenino fue el más grueso de una serie de cambios intolerables en la redefinición del personaje. Bond no da explicaciones de lo que hace a una mujer. Bond las agarra entre sus brazos y copula con ellas sin miedo al SIDA, a la ladilla mauritana o a una gonorrea galopante. No me parece tan complejo de entender salvo que tengas apellido de verdura. Dench, excelente actriz por otra parte, se enoja con él al igual que lo hacía Bernard Lee, el “M” de 11 películas que murió en 1981, aunque lo hubiese hecho en 1995 viendo a una mujer interpretar su papel en “Goldeneye”, y Robert James Brown, que sucedió a Lee a su muerte hasta que los Broccoli creyeron ver la luz, la que se refracta en una montonera de billetes de 20 libras puestos en la caja de caudales de un cine.
La “M” que debuta en “Goldeneye” llega a sentir incluso ¡preocupación! por la suerte de Bond en algún filme. Y Bond por ella. Vamos a ver. “M” es un profesional que numera a sus agentes secretos, lo cual quiere decir que si aniquilan a un agente doble cero pone a otro y a las 13 horas del meridiano de Greenwich está engullendo un kidney pie sin mover un músculo de la cara. No hay espacio para los sentimientos entre espías. No cabe un gesto humano. “M” no puede coger a Bond en sus tiernos brazos y cantarle una nana. Es un agente con licencia para matar, leches, alguien del que pende la paz mundial, la seguridad de la Reina Elizabeth, las joyas de la Royal Crown o la vida de todos los habitantes de Londres. Hagámonos unas carantoñas de madre a hijo mientras el misil se dispara. Seriedad, por Dios.
Animados por esta dulcificación del personaje, los Broccoli fueron añadiendo guiños al público del inminente nuevo siglo en las siguientes entregas, especialmente al femenino, que quizá hubiese comenzado a sentir cierta comprensible repulsión ante tal sujeto cavernario. Esos miramientos absurdos han llevado a Bond a ridiculeces mundanas como la de tener consideración a la hora de emparejarse. Para alguien que trinchaba hembras como el que come cerezas, el intercambio de fluidos corporales no admite pruebas selectivas, salvo la visual: 90-60-90. En los 60 y 70 llegó a yacer con asesinas a sabiendas de que lo eran. 007 era una mantis que se otorgaba a sí mismo el placer sexual antes de proceder a terminar con la vida de su amante, concediéndose con ello un doble placer, el de matar.
La tensión sexual y la doblez de su relación con Jane Moneypenny es otra de las esencias que el exasperante afán de los productores por adaptar a Bond a los tiempos han acabado, no ya por alterar, sino por suprimir. El personaje desaparece en Casino Royale (2006) cuando era un fijo desde 1962. Después de cuarenta años de flirteos, los Broccoli han tirado de la cadena, arrastrando varios metros cúbicos de flujos vaginales de la imprescindible secretaria a la papelera de reciclaje. Todo un crimen de lesa humanidad para el que, tristemente, no queda una merecida horca en todo el Reino Unido.
Bond ya no es Bond, James Bond. Es un metrosexual del espionaje piadoso y pulcro, un patético pelirrojo cachas fugado del Seis Naciones, una criatura monstruosa deformada por un malentendido sentido del civismo que acabará tomando zumo de piña en lugar de su martini con vodka, agitado, no batido, ayudando a las ancianitas a cruzar la calle y poniendo a los malos a disposición de la Justicia en lugar de estrangularlos con sus propias manos antes de hacer un chiste negro para meterse en el primer catre caliente disponible después.
La licencia para matar es un vestigio ya a causa de las licencias para morir que se está tomando este personaje grotesco que ha acabado siendo la parodia de su parodia, Austin Powers. Los Broccoli, insípida verdura por cierto, han dejado vacante el puesto de espía por excelencia. Bourne, Jason Bourne, tiene vía libre para conectarse al siglo XXI al tiempo que fallece la misérrima caricatura de uno de los personajes más notables y mejor dibujados que ha dado y dará jamás el cine. Descanse en paz, 007.
Coronel Kilgore
Esta colina sí huele a derrota
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Después de releerme en varias ocasiones tu artículo, sólo puedo decirle coronel: muchas gracias por ese análisis completo de una saga con tanta historia como James Bond. Siempre nos quedará Sean Connery.
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