(Foto: http://www.klandestinos.com/)
Seguimos celebrando en este espacio el vigésimo aniversario de la charanga Klandestinos. Así que os dejo la tercera entrada de 'Veinte años Klandestinos', unas historias basadas en hechos reales que salen de la cabeza de Dani. Gracias, Dani. Por cierto, también os dejo el mail con el que Dani os quiere felicitar la Navidad:
"Una nueva entrega de Klandestinos, veinte aniversario. Feliz Navidad a todos, necios y necias del mundo. Sigo esperando propuestas para juntarnos delante de una chasca y unas chuletas, aunque ahora son días de mucha complicación y soy el primero en andar de aquí para allá. Lo dejaremos para enero, pero sigue la oferta en pie".
UN MATRIMONIO DE IDA Y VUELTA.
31 de Marzo de 2001.
Se nos casó Yoyo. La de este día iba a ser la primera de las tres bodas del año. Llegamos a la iglesia e inmediatamente nos fuimos al bar de al lado. Esperando, ya, en el bar estaban Josu, Aitor, Jato, Manu y Joan. Nos echamos un par de rondas más y en ésas llegaron Julio y Zayas con sus respectivas chicas.
- Creo que deberíamos pasar a la iglesia –comentó Manu.
- ¿Dónde nos vamos a colocar? –preguntó Zayas.
- Pues no lo sé –dije mientras abría la puerta del bar.
Al final nos colocamos en el coro, situado encima de la puerta principal. Estuvimos lo menos diez minutos supercallados, sentados en unos bancos y colocando los atriles. Sabíamos que en cualquier momento comenzaría la ceremonia y era mejor no meterse en líos durante un rato. Pero después de esos diez minutos nos empezamos a animar, porque hay que acordarse de que somos de esos que tropiezan siempre con la misma piedra. Joan se encendió un cigarrillo, Aitor empezó a jugar con las huchas del Domund, yo mismo cogí una espada que se había escapado de algún Santo, todos tocamos alguna cosa y... empezamos a reírnos bajito. Jato nos miró con cara de odio reconcentrado.
- Ya la vais a joder, estoy seguro que hay cisco.
A nosotros nos aumentó la risa desproporcionalmente porque Jato no sabe enfadarse y tarde o temprano también se echa a reír. Hay veces que le hemos dejado que lo intentara, pero no le sale demasiado bien. En ese mismo instante fue cuando Manu nos gritó:
- ¡Eh, eh, eh, eh, eh, eh, eh...!.
El “Chupacharcos”, que también andaba por ahí, se quedó mirando sin entender.
- ¡Que entran, que entran!.
Nos pusimos serios y empezamos a tocar.
- Bueno, como ya hemos terminado, ¿nos tomamos otras birras? –dijo Julio mientras se levantaba del banco.
Nos tiramos como locos a la calle. Parecía que la iglesia se fuese a derrumbar. Nosotros somos así. No creo que se nos caigan las paredes de una iglesia encima.
- ¿Se puede saber por qué nos dijiste que Joan, por alguna historia rara, no vendría?. ¡Joder, si al final hemos estado todos! –me recriminó Josu.
- Eso –dijeron el resto de los presentes.
- Os dije la verdad, lo que me había contado Yoyo, idiotas. Yoyo fue muy claro: Joan venía a tocar, pero no a comer.
De todas formas, nos estábamos dispuestos a que nadie nos amargara la celebración. Comimos muy bien y relativamente tranquilos. Después de los postres, en el restaurante habían montado una barra en el rincón más cercano a Ignacio Simón, “El Hombre Orquesta”. Evidentemente, fuimos los primeros en utilizar los servicios del barman. Al cabo de un pequeño rato escuché decir a Manu:
- Estos dos y yo queremos lo de siempre.
Estos eran Josu y Jato, que ya habían hecho confianza con el camarero.
Cuando el Hombre Orquesta empezó su actuación, todos los klandestinos y klandestinas se habían tomado por lo menos dos cubatas. A nosotros no nos gusta beber solos.
Los primeros en salir a bailar fueron los novios y seguidamente el Olmeda y esposa. El resto de los klandestinos, esperando nuestro momento, estábamos en la terraza al sol, bebiendo. De vez en cuando alguno abandonaba la terraza y se acercaba a la barra para tomarse otra de lo de siempre. No sé cuantos viajes pudimos hacer entre todos. Hay versiones que dicen veinte, otras que treinta, otras que cincuenta... Y eso que alguno, y no digo nombres, debería tener prohibido terminantemente beber tanto, porque se pone eléctrico y puede acabar teniendo graves problemas de identidad.
Por otro lado, se puede decir que Olmeda fue el rey indiscutible del baile. Julio y yo le veíamos desde la terraza: ahora se bailaba una de los Beatles él solo, ahora una rumba con su mujer, luego “La española cuando besa...” Eso es lo que a él le gusta: ser la estrella del baile. Nadie de Los Klandestinos puede hacer sombra al “Fred Astaire” de Pelayo cuando está en vena y aquella tarde Olmeda estaba por la labor.
Lo que pasó luego todavía es recordado en las esquinas y en los bares de Guadalajara. Ignacio Simón empezó a cantar “La chica ye-yé”. Olmeda, que había hecho su única visita al meódromo para descargar el depósito, se fue acercando poco a poco a la pista. El resto de los klandestinos le seguimos y ya nadie se atrevió a competir con aquellos seres humanos poseídos por los dioses. Nos hicieron corro y no dejaban de dar palmas. Jato jugaba con su corbata y se retorcía como uno de esos contorsionistas zíngaros que salen en los circos.
Julio me dijo:
- A Jato un día lo sacamos con los pies por delante.
Era verdad; pero ¿cómo controlar a estas alturas a una persona con el éxito de Jato?.
En la pista todos habíamos perdido los papeles. Yo ya no podía ver con claridad porque las copas y la montonera de gente no nos dejaba a ninguno. Lo que estaba claro es que ese era un nuevo momento estelar en la vida de Los Klandestinos. Pero en los momentos más felices de nuestra vida siempre hay algo que nos ayuda a superarnos por difícil que parezca. De repente, vi a mi hermano Herre que empuñaba una trompeta y que se abría camino a codazos entre el corro que nos rodeaba. Una vez hubo concluido el baile oficial empezó nuestro turno. Entre Herre, Jato y yo, cada uno una canción, alargamos el festín hasta casi caernos de culo. El novio, Yoyo, seguía insistiendo:
- Por favor, por lo que más queráis, no paréis, por favor el Paquito Chocolatero.
La gente sabía que, mientras nosotros tuviésemos ganas de guerra, aquello no acabaría nunca.
Dani.
PD: De Dani: "La gente sabía que, mientras nosotros tuviésemos ganas de guerra, aquello no acabaría nunca".
Seguimos celebrando en este espacio el vigésimo aniversario de la charanga Klandestinos. Así que os dejo la tercera entrada de 'Veinte años Klandestinos', unas historias basadas en hechos reales que salen de la cabeza de Dani. Gracias, Dani. Por cierto, también os dejo el mail con el que Dani os quiere felicitar la Navidad:
"Una nueva entrega de Klandestinos, veinte aniversario. Feliz Navidad a todos, necios y necias del mundo. Sigo esperando propuestas para juntarnos delante de una chasca y unas chuletas, aunque ahora son días de mucha complicación y soy el primero en andar de aquí para allá. Lo dejaremos para enero, pero sigue la oferta en pie".
UN MATRIMONIO DE IDA Y VUELTA.
31 de Marzo de 2001.
Se nos casó Yoyo. La de este día iba a ser la primera de las tres bodas del año. Llegamos a la iglesia e inmediatamente nos fuimos al bar de al lado. Esperando, ya, en el bar estaban Josu, Aitor, Jato, Manu y Joan. Nos echamos un par de rondas más y en ésas llegaron Julio y Zayas con sus respectivas chicas.
- Creo que deberíamos pasar a la iglesia –comentó Manu.
- ¿Dónde nos vamos a colocar? –preguntó Zayas.
- Pues no lo sé –dije mientras abría la puerta del bar.
Al final nos colocamos en el coro, situado encima de la puerta principal. Estuvimos lo menos diez minutos supercallados, sentados en unos bancos y colocando los atriles. Sabíamos que en cualquier momento comenzaría la ceremonia y era mejor no meterse en líos durante un rato. Pero después de esos diez minutos nos empezamos a animar, porque hay que acordarse de que somos de esos que tropiezan siempre con la misma piedra. Joan se encendió un cigarrillo, Aitor empezó a jugar con las huchas del Domund, yo mismo cogí una espada que se había escapado de algún Santo, todos tocamos alguna cosa y... empezamos a reírnos bajito. Jato nos miró con cara de odio reconcentrado.
- Ya la vais a joder, estoy seguro que hay cisco.
A nosotros nos aumentó la risa desproporcionalmente porque Jato no sabe enfadarse y tarde o temprano también se echa a reír. Hay veces que le hemos dejado que lo intentara, pero no le sale demasiado bien. En ese mismo instante fue cuando Manu nos gritó:
- ¡Eh, eh, eh, eh, eh, eh, eh...!.
El “Chupacharcos”, que también andaba por ahí, se quedó mirando sin entender.
- ¡Que entran, que entran!.
Nos pusimos serios y empezamos a tocar.
- Bueno, como ya hemos terminado, ¿nos tomamos otras birras? –dijo Julio mientras se levantaba del banco.
Nos tiramos como locos a la calle. Parecía que la iglesia se fuese a derrumbar. Nosotros somos así. No creo que se nos caigan las paredes de una iglesia encima.
- ¿Se puede saber por qué nos dijiste que Joan, por alguna historia rara, no vendría?. ¡Joder, si al final hemos estado todos! –me recriminó Josu.
- Eso –dijeron el resto de los presentes.
- Os dije la verdad, lo que me había contado Yoyo, idiotas. Yoyo fue muy claro: Joan venía a tocar, pero no a comer.
De todas formas, nos estábamos dispuestos a que nadie nos amargara la celebración. Comimos muy bien y relativamente tranquilos. Después de los postres, en el restaurante habían montado una barra en el rincón más cercano a Ignacio Simón, “El Hombre Orquesta”. Evidentemente, fuimos los primeros en utilizar los servicios del barman. Al cabo de un pequeño rato escuché decir a Manu:
- Estos dos y yo queremos lo de siempre.
Estos eran Josu y Jato, que ya habían hecho confianza con el camarero.
Cuando el Hombre Orquesta empezó su actuación, todos los klandestinos y klandestinas se habían tomado por lo menos dos cubatas. A nosotros no nos gusta beber solos.
Los primeros en salir a bailar fueron los novios y seguidamente el Olmeda y esposa. El resto de los klandestinos, esperando nuestro momento, estábamos en la terraza al sol, bebiendo. De vez en cuando alguno abandonaba la terraza y se acercaba a la barra para tomarse otra de lo de siempre. No sé cuantos viajes pudimos hacer entre todos. Hay versiones que dicen veinte, otras que treinta, otras que cincuenta... Y eso que alguno, y no digo nombres, debería tener prohibido terminantemente beber tanto, porque se pone eléctrico y puede acabar teniendo graves problemas de identidad.
Por otro lado, se puede decir que Olmeda fue el rey indiscutible del baile. Julio y yo le veíamos desde la terraza: ahora se bailaba una de los Beatles él solo, ahora una rumba con su mujer, luego “La española cuando besa...” Eso es lo que a él le gusta: ser la estrella del baile. Nadie de Los Klandestinos puede hacer sombra al “Fred Astaire” de Pelayo cuando está en vena y aquella tarde Olmeda estaba por la labor.
Lo que pasó luego todavía es recordado en las esquinas y en los bares de Guadalajara. Ignacio Simón empezó a cantar “La chica ye-yé”. Olmeda, que había hecho su única visita al meódromo para descargar el depósito, se fue acercando poco a poco a la pista. El resto de los klandestinos le seguimos y ya nadie se atrevió a competir con aquellos seres humanos poseídos por los dioses. Nos hicieron corro y no dejaban de dar palmas. Jato jugaba con su corbata y se retorcía como uno de esos contorsionistas zíngaros que salen en los circos.
Julio me dijo:
- A Jato un día lo sacamos con los pies por delante.
Era verdad; pero ¿cómo controlar a estas alturas a una persona con el éxito de Jato?.
En la pista todos habíamos perdido los papeles. Yo ya no podía ver con claridad porque las copas y la montonera de gente no nos dejaba a ninguno. Lo que estaba claro es que ese era un nuevo momento estelar en la vida de Los Klandestinos. Pero en los momentos más felices de nuestra vida siempre hay algo que nos ayuda a superarnos por difícil que parezca. De repente, vi a mi hermano Herre que empuñaba una trompeta y que se abría camino a codazos entre el corro que nos rodeaba. Una vez hubo concluido el baile oficial empezó nuestro turno. Entre Herre, Jato y yo, cada uno una canción, alargamos el festín hasta casi caernos de culo. El novio, Yoyo, seguía insistiendo:
- Por favor, por lo que más queráis, no paréis, por favor el Paquito Chocolatero.
La gente sabía que, mientras nosotros tuviésemos ganas de guerra, aquello no acabaría nunca.
Dani.
PD: De Dani: "La gente sabía que, mientras nosotros tuviésemos ganas de guerra, aquello no acabaría nunca".
Yo tuve la suerte de vivir la boda de uno de Los Klandestinos y doy fe de todo lo que cuentas, Dani... Vivir una boda klandestina es inenarrable... PD: Las chuletas hay que hacerlas, haber cuando podemos...
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