(Foto: http://www.biografiasyvidas.com/)
Se sentía decepcionado porque había olvidado cuando era adolescente y transportaba las teorías de Aristóteles a las relaciones humanas. Cuando creía que el amor era el motor del mundo y el odio tan sólo la ausencia de amor. Ya no creía en ello y ni siquiera encontraba los papeles andrajosos en los que había escrito miles de teorías filosóficas al respecto.
Tampoco creía en el poder de los besos. Ni en que los actos estudiados, tremendamente esforzados, tuvieran recompensa. Sólo necesitaba un suspiro, pero tampoco lo tenía. Ni una mirada de complicidad. Ni los cubatas en vaso ancho con rodajitas de limón que en otras ocasiones le hubieran hecho olvidarse de sus problemas.
Ya sólo le dolía la cabeza y pensaba en mundos paralelos mientras deseaba volver a las capuchas con frío a las cinco de la mañana. Sería por las fechas, las odiaba, porque apenas necesitaba que nadie le marcara en un reloj el paso de los años. Se hacía viejo y se encerraba en su salón a revivir películas que le habían marcado. Películas con las que lloraba amargamente y con las que se juraba volver a sentarse para escribir. Retomar aquellos libros que nunca terminó. Porque ya ni siquiera tenía un pestañeo. Y eso le mataba por dentro más que ese agudo dolor en la boca del esófago.
Se sentía decepcionado porque había olvidado cuando era adolescente y transportaba las teorías de Aristóteles a las relaciones humanas. Cuando creía que el amor era el motor del mundo y el odio tan sólo la ausencia de amor. Ya no creía en ello y ni siquiera encontraba los papeles andrajosos en los que había escrito miles de teorías filosóficas al respecto.
Tampoco creía en el poder de los besos. Ni en que los actos estudiados, tremendamente esforzados, tuvieran recompensa. Sólo necesitaba un suspiro, pero tampoco lo tenía. Ni una mirada de complicidad. Ni los cubatas en vaso ancho con rodajitas de limón que en otras ocasiones le hubieran hecho olvidarse de sus problemas.
Ya sólo le dolía la cabeza y pensaba en mundos paralelos mientras deseaba volver a las capuchas con frío a las cinco de la mañana. Sería por las fechas, las odiaba, porque apenas necesitaba que nadie le marcara en un reloj el paso de los años. Se hacía viejo y se encerraba en su salón a revivir películas que le habían marcado. Películas con las que lloraba amargamente y con las que se juraba volver a sentarse para escribir. Retomar aquellos libros que nunca terminó. Porque ya ni siquiera tenía un pestañeo. Y eso le mataba por dentro más que ese agudo dolor en la boca del esófago.
Kip.
PD: De Kip: "Con las que se juraba volver a sentarse para escribir".
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