(Foto: http://www.pbase.com/)
Este blog sigue llenándose de talento con las aportaciones de todos vosotros y yo lo agradezco. Clotilde Clo Clo me envía un excelente relato muy en la línea de los de Alvarín y compañía. Gracias, Clotilde Clo Clo. Os dejo su relato y espero que os guste tanto como me ha gustado a mí:
Hacía más de dos años que no la veía por los bares que antes solíamos frecuentar todos juntos. Fueron tiempos extraños aquellos, en los que las noches pasaban lentas frente a una copa en la que ahogar las penas y escurrir las miradas hipócritas. La conocí de pronto, casi por casualidad y supongo que fue entonces cuando las horas empezaron a correr más aprisa y el mundo ya no me daba tanto asco.
Tenía el pelo muy fino, de niña pequeña, liso completamente y largo hasta la cintura. Solía recogérselo en una cola de caballo que se movía cuando ladeaba la cabeza o cuando bailaba. No sonreía casi nunca, pero bastaba que lo hiciera para que yo me deshiciese a su lado y no pudiera pensar en otra cosa que en robarla de aquel zulo que olía a cerrado y a vino, y llevármela donde sólo yo pudiera tocarla, donde bailase para mí.
No sé cómo lo hacía, pero conocía a todo el mundo. Para todos tenía una palabra a lo largo de la noche. Se dejaba querer y yo quise quererla. No sé si lo hice bien, o tal vez no la quise demasiado, porque se me escapó de la noche a la mañana, sin ser yo del todo consciente de que la tuve algún día.
Mil veces pensé que ya no podría tumbarla en mi cama. Otras veces pensaba que los cuerpos que vinieron tras el suyo la aventajaban en todo, relegando su cuerpo de niña a una mera sombra.
Llegó un momento en que no la pensé más. Decidí que agua pasada no movería molinos y despareció como había llegado, casi por casualidad. Si bien no volví a verla en todo este tiempo, también es cierto que me dejó muchas cosas sin saberlo. Gestos, recuerdos, manías, toda una paleta con la que pintar su rostro si me hubiera decidido a soñar con ella, pero no quise.
Ayer, durante la quinta copa de la noche, me creí borracho cuando vi sus piernas. Dos años no habían podido borrarlas de mi mente; fueron muchas las veces que me enroscaron.
Como un espejismo, se deslizó entre la marea de gente hasta llegar a la barra. A pesar del desconcierto consideré acercarme a saludarla, pero tampoco tenía nada que decirle. El tiempo habría borrado posiblemente todos nuestros puntos de vista compartidos.
Un tipo salido de la nada se aferró a su cintura, atrayéndola hacia sí. Palpó su cuerpo, la giró y llegó a su boca como solía hacer yo siempre que me miraba como la cría que era.
Sentí una punzada en el estómago. Una envidia invisible a la vista de los demás, pero verde y negra en mi interior me subió a las sienes y palpitó con energía.
La observé mientras tomaba la última, que ya sólo me sabía al pasado. Me largué de allí en cuanto pude. La calle estaba húmeda y como caracoles, las putas de Madrid salían de ambos lados. Busqué con mirada ávida unas piernas parecidas a las suyas debajo de los abrigos. Pero ninguna le llegaba a la horma del zapato. Seguí mi camino y una vez en casa, cansado y medio dormido, vomité.
Clotilde Clo Clo.
PD: De Clotilde Clo Clo: "Y escurrir las miradas hipócritas".
Este blog sigue llenándose de talento con las aportaciones de todos vosotros y yo lo agradezco. Clotilde Clo Clo me envía un excelente relato muy en la línea de los de Alvarín y compañía. Gracias, Clotilde Clo Clo. Os dejo su relato y espero que os guste tanto como me ha gustado a mí:
Hacía más de dos años que no la veía por los bares que antes solíamos frecuentar todos juntos. Fueron tiempos extraños aquellos, en los que las noches pasaban lentas frente a una copa en la que ahogar las penas y escurrir las miradas hipócritas. La conocí de pronto, casi por casualidad y supongo que fue entonces cuando las horas empezaron a correr más aprisa y el mundo ya no me daba tanto asco.
Tenía el pelo muy fino, de niña pequeña, liso completamente y largo hasta la cintura. Solía recogérselo en una cola de caballo que se movía cuando ladeaba la cabeza o cuando bailaba. No sonreía casi nunca, pero bastaba que lo hiciera para que yo me deshiciese a su lado y no pudiera pensar en otra cosa que en robarla de aquel zulo que olía a cerrado y a vino, y llevármela donde sólo yo pudiera tocarla, donde bailase para mí.
No sé cómo lo hacía, pero conocía a todo el mundo. Para todos tenía una palabra a lo largo de la noche. Se dejaba querer y yo quise quererla. No sé si lo hice bien, o tal vez no la quise demasiado, porque se me escapó de la noche a la mañana, sin ser yo del todo consciente de que la tuve algún día.
Mil veces pensé que ya no podría tumbarla en mi cama. Otras veces pensaba que los cuerpos que vinieron tras el suyo la aventajaban en todo, relegando su cuerpo de niña a una mera sombra.
Llegó un momento en que no la pensé más. Decidí que agua pasada no movería molinos y despareció como había llegado, casi por casualidad. Si bien no volví a verla en todo este tiempo, también es cierto que me dejó muchas cosas sin saberlo. Gestos, recuerdos, manías, toda una paleta con la que pintar su rostro si me hubiera decidido a soñar con ella, pero no quise.
Ayer, durante la quinta copa de la noche, me creí borracho cuando vi sus piernas. Dos años no habían podido borrarlas de mi mente; fueron muchas las veces que me enroscaron.
Como un espejismo, se deslizó entre la marea de gente hasta llegar a la barra. A pesar del desconcierto consideré acercarme a saludarla, pero tampoco tenía nada que decirle. El tiempo habría borrado posiblemente todos nuestros puntos de vista compartidos.
Un tipo salido de la nada se aferró a su cintura, atrayéndola hacia sí. Palpó su cuerpo, la giró y llegó a su boca como solía hacer yo siempre que me miraba como la cría que era.
Sentí una punzada en el estómago. Una envidia invisible a la vista de los demás, pero verde y negra en mi interior me subió a las sienes y palpitó con energía.
La observé mientras tomaba la última, que ya sólo me sabía al pasado. Me largué de allí en cuanto pude. La calle estaba húmeda y como caracoles, las putas de Madrid salían de ambos lados. Busqué con mirada ávida unas piernas parecidas a las suyas debajo de los abrigos. Pero ninguna le llegaba a la horma del zapato. Seguí mi camino y una vez en casa, cansado y medio dormido, vomité.
Clotilde Clo Clo.
PD: De Clotilde Clo Clo: "Y escurrir las miradas hipócritas".
Gracias Clotilde... Me encanta el final...
ResponderEliminarVaya, tengo en casa la digna sucesora de Bukowsky; y yo sin saberlo. Muy bueno, clotilde.
ResponderEliminarMuy bueno, Juli... Pero me imagino que ya lo sabías...
ResponderEliminarA mí también me ha parecido muy bueno Clotilde. A mí me gusta especialmente el comienzo,los tres primeros párrafos pero en general el ritmo d la narración me parece bueno.
ResponderEliminarYa te había avisado, Alvarín, de que te iba a gustar...
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