Camina a oscuras el PSOE de Guadalajara, altamente amargado por el largo manto del personalísimo mandato de Jesús Alique. Ahora que el ex alcalde se va de su puesto de Secretario provincial –ya veremos que trabajo le han prometido desde Toledo-, empieza la sucesión. Parece que la próxima mandamás del socialismo provincial será María Antonia Pérez León, la actual presidenta de la Diputación, que llevará de número dos a Luis Santiago Tierraseca, delegado de Bienestar de la Junta. Entre medias, Araceli Muñoz deja el ladrillo para regresar a la política, ya que sucederá a Juan Pablo Herranz en la subdelegación del Gobierno. Todo bajo la sombra del también ex alcalde Javier de Irízar, otro político-ladrillero reconvertido a senador.
No sé a ustedes, pero a mí se me antojan casi nulos los cambios del PSOE, que vive tiempos de melancolía surgidos por la nefasta figura de Alique. Ni una buena gestión en el Ayuntamiento durante los últimos cuatro años –las macrocantidades de dinero llegadas desde la Junta dieron para mucho- le sirvió para perder contra el peor PP que se recuerda durante décadas. Unos populares sin figuras totémicas (Tomey), con un cabeza de lista de medio pelo (Román) y unos segundos espadas que sólo se dedican a insultar (De las Heras) o que están biológicamente incapacitados para la vida política (Carnicero). Sin embargo, los socialistas siguen achacando su derrota a la abstención, cuando fue el ego de Alique, que todos consintieron, el que les llevó al mayor fracaso en las urnas de la historia de la democracia alcarreña.
Con Izquierda Unida sin ser una alternativa sólida –pese a realizar un buen trabajo en la oposición, IU es una mera comparsa sin voz ni voto en Guadalajara-, todo está dispuesto a que sea el PSOE el único partido preparado para acabar con el nefasto año de gobierno que llevan los populares. Nefasto por su propia culpa y, también, por una Junta de Comunidades socialista que se ha olvidado de la capital alcarreña cuando las siglas de mando cambiaron. Todo para retroceso de una ciudadanía que sigue votando a pies juntillas las propuestas bipolíticas, aunque los dos grandes partidos sigan decepcionándoles año tras año.
Pero, ¿está el PSOE preparado? Dejando atrás por fin la losa de Alique, los socialistas guadalajareños dejan sus posibilidades en manos de Pérez León, una cara amable que parece saber nadar bien entre tiburones. La presidenta tiene el respaldo de la Junta (Tierraseca) y el visto bueno de su predecesor (Alique), lo que demuestra una línea continuista que no debe olvidarse. Sin listas alternativas que aparezcan por el horizonte, algunos confían en que Araceli Muñoz sea una propuesta en un futuro no muy lejano. Los más optimistas recuerdan a aquella política joven que apuntaba muy alto, con una aureola de ‘dama de hierro’ y un genio que nadie le chistaba. Aunque cabe recordar que dejó la política por el ladrillo y que regresa al mundo político justo cuando el ladrillo se encuentra en una de sus crisis más importantes. Y todo bajo el veterano auspicio de Irízar, otro político que se dirigió al mundo de las constructoras para regresar hace escasos meses al coso político.
Y así, entre un asqueroso tufillo a empresa inmobiliaria y una renovación casi continuista, se mueve el PSOE para regocijo de un PP que se encontró el poder de la nada y que, precisamente, nada positivo está haciendo con él. Un poder que será para los populares, insulten o hagan lo que hagan, hasta que el PSOE no encuentre la renovación necesaria. Esa que a lo mejor debe encontrar en generaciones posteriores, con Daniel Jiménez a la cabeza.
Suceda o no, lo único que está claro es que los ciudadanos pagaremos las consecuencias de tener una paupérrima retahíla de políticos. Desde el egocéntrico al maleducado. Desde el cero a la izquierda al bravucón. El altísimo coste de contar con unos políticos de pacotilla que sólo piensan en sus intereses particulares y en los de su partido, y de no gozar de unas alternativas políticas sólidas. Para desgracia de nuestra ciudad.
PD: El martes siguiente el alcalde murió mientras debatían en un pleno si un semáforo tenía que ponerse cinco metros antes o después de un banco del paseo.
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