Fui yo. Tú, no.

Fui una vieja película de los hermanos Marx. Un rollo roído de fantasía. Ficción humorística incapaz de amar. Me caía una y otra vez. Hasta tres veces seguidas. Unas palomitas hechas al fuego de la chimenea. Una conversación sin acabar. Una manta y dos abrazos mentirosos. El frío de tu ventana. La espera en silencio del viandante. Cuatro céntimos de euro. Una colilla mal apagada en el carmín de tu boca.

Fui un cine de barrio. El primer amor en el banco del parque. La calada de tu hachís africano. El yodo que bañó tus heridas preadolescente. Aquel disparo que se fue a la cruceta por muy poco. Fui tus engaños y tus pellas. El primer litro de cerveza el día de las notas. La pota de esa misma noche.

Fui tu primer amor. Tu primer rollo. Tu virginidad. Tu infidelidad y la extranjera que conociste un día en la playa. Fui Michael Jordan. También Kurt Cobain. Un viejo que pedía limosna. El tonteo con la camarera de ese bar. Tus cabreos. Las reconciliaciones. Aquella anécdota graciosa que nunca te pasó. El viaje del que no deberías haber vuelto.

Fui tu abuelo. Tus lágrimas de impotencia. Su recuerdo. Tu ausencia. Las elecciones de José María Aznar. Un cosquilleo en las orejas. El cambiazo en el examen. La hierba en primavera. El cubata en el último bar. Las gafas de sol por la mañana. Las losas de tu cementerio amatorio. Tus insultos llenos de pólvora.

Fui ‘Jóvenes prodigiosos’. El secreto que llevaste a la tumba. Aquella cama turca. Un regalo inservible. Cientos de poemas inacabados. El cuaderno amarillo de Lengua. Tu escapada a Madrid. La resaca. El sudor. El dolor de cabeza. El “Are you talking to me?” en tu espejo. El número 13.

Fui yo. Tú, no.

Kip.

PD: Las noches nunca tuvieron secretos.