Fue el sábado 30 de agosto del 2003. Habían transcurrido ya veinte minutos y él no había aparecido. Aislado en el destierro izquierdo, sin el bastón de mando, deambulaba tímidamente por el tapiz. Pero, de pronto, alguien –no importa su nombre- despejó un balón que se envenenaba en defensa. Y ahí estaba él, por obra del destino, completamente perpendicular a mi asiento cedido de tribuna. En la línea que separa a los defensores de los atacantes.
Alzó su pierna derecha hasta formar un ángulo perfecto de noventa grados. Lamió el esférico con su espuela y lo acompañó hasta el verde, justo a un escaso medio metro de su pierna izquierda. En aquel momento, por primera vez, las ochenta mil gargantas que sonaban como centenares de ciervos en la berrea se convirtieron por arte de magia en los primeros acordes de ‘La Flauta Mágica’ de Mozart. Al menos para mis oídos.
Con el control ya había superado a un defensa. Dos zancadas más tarde, la retahíla de zagueros asesinados era ya incontable. Con ese aire de mariscal, la columna encorvada hacia el frente, la mirada fijada al cielo. El disparo terminó besando el poste. No fue gol porque la perfección se nutre de imperfecciones.
Creí que era inmortal, pero sus charcos de sudor le delataban.
Era Zidane y, en ese instante, sentí lo que era el fútbol. La elegancia, la clase, la distinción. Algunos dirán que al final lo más importante es la táctica, el maldito doble pivote, mas serán los que nunca vieron en directo al francés. Yo sí le vi. Y ahora puedo respirar tranquilo.
Os dejo un link de youtube con el gol más famoso del francés:
Y otro con alguno de sus mejores goles:
PD: ¡Qué bueno era! Da gusto volver a ver imágenes de él, como de Maradona, de Baggio, del mejor Ronaldinho, Ronaldo -en su época del Barça- o, ahora, del Kun Agüero. Para que luego me vengan con Albeldas y demás.
PD repetitiva: La perfección se nutre de imperfecciones.
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