Aniversario Necio

martes, 21 de octubre de 2008

Newman, el perfecto antihéroe

Como el héroe de la película que llega a tiempo para salvar al protagonista, el Cornel Kilgore ha regresado a tiempo a la batalla para seguir inculcando lecciones a sus soldados. En este caso, con un precioso panegírico del gran -y añorado- Paul Newman, como sólo él puede hacer. Gracias, Coronel. Os dejo su texto:

Newman, el perfecto antihéroe


Ha muerto el mejor. Sin género de dudas. Si me invitaran a hacer una lista con mis diez actores favoritos de todos los tiempos dudaría qué nombres incluiría en la lista. Si me dieran a elegir uno, una sola filmografía, podría albergar alguna duda entre él y Jack Lemmon según mi estado de ánimo pero creo que el legado de Newman es el más completo, el más interesante, el más atractivo de la historia del cine medido en su conjunto. Era el actor que mejor supo seleccionar sus guiones y eso, aunque haya otros técnicamente perfectos como Robert Duvall, es un lujo que ha engrandecido su carrera, que le permite dejar una obra fílmica prácticamente impoluta con una veintena de títulos que uno es capaz de ver una y otra vez hasta recitar de memoria diálogos y escenas.

No hace falta repasar las muchas decenas de títulos en los que ha intervenido para comprender la eficacia con la que ha abordado papeles tan dispares en prácticamente todos los géneros. Sin haber desarrollado jamás un punto cómico explícito, algo que para una amante incondicional de la comedia como quien suscribe otorga más valor a la rotundidad del elogio, con Newman se apaga la sonrisa más contagiosa de la pantalla, puesta en boca de personajes aparentemente perdedores; personajes justicieros, rebeldes, incapaces de digerir el sometimiento, como el tragahuevos (más bien tocahuevos) de “La leyenda del indomable” (1967), la obra maestra de Stuart Rosenberg y quizá la película que mejor define al propio actor, nunca genuflexo a los clichés de Hollywood, siempre metido en la piel de seres inquebrantables a pesar de su aparente debilidad en los sistemas cerrados en los que le tocaba desenvolverse.

Newman es el sarcasmo, por eso nos ha hecho reír sin ser gracioso. Newman ha sido muy a menudo el contrapoder inesperado y eficaz. Es Harper, el incómodo investigador que conduciendo un viejo y descascarillado Porsche descapotable desmonta una poderosa trama de intereses que duraba toda una vida. Es “El juez de la horca”, supremo personaje, aunque prácticamente desconocido, que rodó a las órdenes del gran John Huston en 1972 y que establece un código justiciero delirante para poner un particular orden en un mundo salvaje. Es Henry Gondorff, el timador que despierta borracho en un cuartucho de un puticlub para vengar al amigo muerto organizando una espectacular trama contra el mafioso Doyle Lonnegan (Robert Shaw) en “El Golpe” (George Roy Hill, 1973). Newman ha vivido enmarcado en un espejo en el que muchos nos vemos. En “Veredicto final” (1982, Sydney Lumet) es un abogado también beodo, que juega al petaco en un bar cuando recibe un intrascendente caso que convierte en el juicio de su vida y en una oportunidad para poner en su lugar a un reputado, y también negligente, Hospital.

Newman fue el ladrón fino que todos quisimos ser, el detective al que le parten la cara cada tres secuencias sin evitar que claudique, el preso que no acepta el látigo, el entrenador de un equipo de hockey sobre hielo que no asume la derrota y reinventa las reglas (“El castañazo”), el jugador de billar obstinado en ser mejor que el gordo de Minnesota (“El buscavidas”), el arquitecto engañado por un contratista avaricioso (“El coloso en llamas”), el acabado ex detective acogido por el amigo actor moribundo que ejecuta para él su último trabajo limpiando lo sucio (“Al caer el sol”), el sospechoso que orquesta una gran lección moral a los poderes públicos en “Ausencia de malicia”…

La colección de antihéroes que ha dibujado en el cine durante más de medio siglo es tan amplia y memorable que difícilmente algún actor tendría tiempo en tres vidas de igualarla, de acercarse siquiera a la sutil ironía con la que creaba a su personaje. Porque a la grandeza interpretativa de construir sin los artificios de otros une la inestimable ayuda de un físico adorado por ellas y admirado por nosotros. Newman tenía apariencia de un pícaro limpio y sin recovecos, de un conquistador carente de trucos bajos, de un sinvergüenza alérgico a la mentira. Paul Newman es un modelo dentro de la pantalla. Fuera de ella, su eterna relación con Joanne Woodward, su actividad empresarial, su implicación económica en causas benéficas y su pasión por las carreras de coches nos lo definen como un tipo íntegro, leal a sus ideas, fiel a su gente, duradero, mucho más profundo que los esclavos del boato y la superficialidad de ese deslumbrante universo de cartón piedra que es la meca del cine.

Coronel Kilgore.

PD: Del Coronel Kilgore: "Por eso nos ha hecho reír sin ser gracioso".

3 comentarios:

  1. Espectacular, Coronel... A mí, que adoraba a Newman, se me han puesto los pelos de punta...

    ResponderEliminar
  2. Ves cómo lo bueno se hace esperar... Gracias, Coronel. ¿organizamos un cine-forum con Newman como excusa?

    ResponderEliminar

Secciones

Archivo del blog