Roma puede más que el arte
Un día de mucho viento, Sergio volvió a instarme a que escribiese sobre Roma.
-Es imposible describir el color de Roma -pensé-. Pero me sirvió para -una vez en la ciudad eterna- buscar afanosamente ese color.
Pienso a menudo en el color que Sergio desearía buscar en Roma y descubro, de repente, que son muchos. De repente, un tono habitual en determinada hora del día cambia de forma radical al doblar una esquina, al adentrarnos en una realidad escenográfica completamente distinta. ¿Hay una sola luz sobre Roma, o acaso se ha tendido sobre la ciudad un crisol que destila la luz original en mil manifestaciones distintas? ¿Serán, tal vez, esos edificios en apariencia disparatados, que lucen su color propio desde siempre, riéndose de la luz, negándose incluso a sus influencias? ¿O será que Roma es completamente incolora, y nuestra ilusión la transforma a la medida de cada percepción, colocando sobre cada objeto ese tono mágico que necesita para enriquecerse aún más, si es posible..?
Roma es una ciudad increíble. Su color, sus colores, también lo son.
Desde lo alto de la colina del Pincio -donde vive Beatriz- veo amanecer sobre el Quirinale, y los primeros rayos del sol tiñen esas paredes de un ocre intenso, que se va volviendo dorado. Pero entre este oro de la mañana y la terraza, los tejados de Via Sistina ofrecen un rosado resplandeciente, que contrasta, a su vez, con el gris nada triste de las fachadas y el verde de los árboles que surgen en los patios traseros de los edificios, con sólo doblar la esquina, me encuentro un alarido popular, que surge de las pequeñas tiendas y antros para, de repente, salir a la selectividad de Piazza Barberini. De noche, prostitutas y prostitutos de lujo le dan el aspecto de un "puticlub" de los de cuento.¡Colores de Roma! ¿Qué ciudad en el mundo podría ofrecer más y mejores?
El desafío de Sergio se convierte en algo capaz de enloquecerme. No existe la menor unidad de color, como no sea esa niebla que cae sobre las cúpulas, tiñéndolo todo con el aspecto que da un viejo pincel. Y aun así, ese azul leve de las fachadas, aparece manchado por multitud de jardines que, increíblemente, no ofrecen el menor aspecto de desconcierto. Hay algo onírico en esta paz de otoño.
En Trastevere los colores de las casas, que se dirían superpuestas, chocan estrepitosamente entre sí. La lluvia puede crear en este barrio un arco iris distinto; ladrillo húmedo que contrasta con el gris intenso de la fachada vecina, donde una lápida nos recuerda que estamos en la Via Benedetta para, inmediatamente, depositarnos en una miniplazuela añil, que ofrece el negro de las rejas que rodean un pequeño templete redondo, cuyo mármol ya no es ni siquiera blanco. Arriba, el balcón renacentista se ha hecho verde con el musgo; pero los escudos de la parte superior tienen, como el suelo, el azul de la lluvia.
Este escenario, tan sumamente concurrido siempre, no tiene ahora un solo coche. El color es el de una soledad que sé agradecer.
Villa Borghese es mi lugar preferido de Roma. El palacio, el lago, las galerías, el centenar de estatuas neoclásicas y los jardines literarios aparecen ya en plena apoteosis de todos los verdes posibles, en un conglomerado que ya no es bosque, sino jungla. Para reproducirlo mínimamente la paleta necesita infinidad de tonos de un mismo color; tonos que nunca han sido fabricados. El verde triunfa, cierto, pero al mismo tiempo revela su impotencia de multiplicarse para atender a las necesidades del arte. Y, entonces, el arte se desespera porque Roma puede más que él.
María.
PD: De María: "El color es el de una soledad que sé agradecer".
No tengo palabras para describir el texto y las fotos que le acompañan... Simplemente, gracias María...
ResponderEliminarGracias a ti!.. Es un placer dejar de ser anónimo...
ResponderEliminarSeguro que repito!
Es muy bueno. Que envidia (sana) me da...
ResponderEliminarGracias a ti, María... Y gracias por repetir... Todos, incluido Anónimo, te lo agradecemos...
ResponderEliminar...ay, Roma...
ResponderEliminarCuánto daría por volver a mirar las nubes a través del círculo de luz del Panteón de Agripa...
Cuánto daría por mojarme de nuevo con las gotas que salpican de la maravillosa Fontana de Trevi...
Cuánto daría por maravillarme otra vez con la grandeza de la capilla Sistina...
Cuánto daría por esperar la gran cola para entrar al Coliseo, por rodearlo por dentro y por fuera, fotografiarlo hasta dejar mi cámara sin batería, por asomarme y ver el arco de Tito y a lo lejos aquellas ruinas...
Cuánto daría por volver a hartarme de pasta y de pizza día sí y día también...
Cuánto daría por volver a clavar mis tacones en el dichoso adoquinado de aquellas calles perdidas de aquella grandiosa ciudad...
Me ha encantado MaríO...
¿Volvemos a la planta cuarta del hotel Siracusa? ¿Te parece?
Joder, según describen Roma María y Arancherry, me pregunto que qué coño hago aquí en vez de en Roma???....
ResponderEliminarJoder, vamonos todos a Roma!! jajajaj
ResponderEliminarGracias filóloga...
Vale, preparamos un viaje a Roma para el aniversario de Los Necios... jajaja...
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